La decisión política de cuidar la vida.

El caso de Carolina Píparo, una mujer embarazada a la que le dispararon a la salida del banco para robarle, dejó nuevamente al descubierto la falta de medidas concretas para combatir la inseguridad. Nos exhibe como una República que no cuida la comunidad que le da base y nos muestra que es hora de construir una nueva decisión que tenga por prioridad cuidar la vida.

Dice Jorge Luis Borges que la historia procede con imágenes discontinuas, una secuencia aquí y otras más adelante en el tiempo conforman su verdadero movimiento.

Todas las vidas son igualmente valiosas, y esta característica sin duda hace que el derecho a la vida sea el mas primordial, igualitario y básico. No obstante, es universalmente infame y deplorable el accionar de quien atenta contra una mujer embarazada y causa heridas de gravedad en ésta y la muerte de su hijo por nacer, venido a la vida forzosamente para tratar de salvar su vida. Nos repugna a todos pues todos provenimos de una madre. Hay sobre ello un código no escrito pues no hace falta escribirlo para saber una verdad tan obvia.

La Historia, escrita así, hoy con esta dolorosa foto, nos exhibe como una República que no cuida la comunidad que le da base. Un Estado que desde sus más altos mandos ha tomado desde hace siete años la decisión política de no hacer nada en materia de seguridad. No sólo no ha propiciado nuevas leyes, ni ha brindado criterios eficaces a los fiscales, ni ha proveído los medios materiales a la comunidad para que al menos los delitos relacionados con la calidad de vida mengüen, sino que, todo lo contrario, ha emitido mensajes de impunidad cada vez mayores.

Así, hoy el fracaso del Gobierno en esta materia, el cuidado de la vida de los argentinos es indudable.

Las postales a las que nos ha acostumbrado el Ejecutivo son la negación, el mirar para otro lado, la soberbia, y el discurso falso, atrasado, viejo, que mira sesgadamente la realidad, y estas postales nos están costando cada vez mas vidas.

Allí donde hay patrones de violencia y desorden, ¿qué ha hecho el Gobierno sino fomentarlos?

Es una Argentina donde los mansos pierden a diario, y los violentos se enriquecen. Si hoy alguien ataca la autoridad policial y toma una comisaría mañana es premiado con un nombramiento como Subsecretario de Estado, ¿cuál es el mensaje?

Si se adquiere el poder en una campana electoral en donde se sospecha que dinero proveniente del narcotráfico ha financiado parte de mi ascenso, y jamás menciono una palabra al respecto, que mensaje se está emitiendo?

Si se utilizan jueces para que desde la Justicia, unas causas arbitrariamente las resuelven por indicios y otras en donde las pruebas sobran por todos lados no avanzan pues tocan a los privilegiados que desde el poder se enriquecen mientras la Argentina empobrece, ¿cuál es el mensaje?

Si postulo candidatos a sabiendas que no van a asumir violando el contrato de la representatividad popular, ¿cuál es el ejemplo?

La reducción de la criminalidad, por cierto, no es algo fácil. Pero tampoco es imposible. Hace falta una decisión política que hoy brilla por su ausencia. Conlleva un nuevo sentido de lo que significa seguridad civil.

Está probado que decisiones políticas firmes influyen rápidamente sobre los hábitos de vida. Sin ir más lejos es posible constatar cómo los controles de alcoholemia han determinado cambios culturales inmediatos de los argentinos, puesto que se los ha adoptado firmemente y sostenido en el tiempo. Pero sin duda, es preciso hacer más.

Si una ciudad, si un área, si una región son seguras, le gente desea vivir allí, hacer negocios, trabajar. La vigilancia policial es solo una parte del esfuerzo que debe hacer el Estado de manera impostergable.

Es necesaria una estrategia para combatir el crimen. Esta estrategia exige una previa decisión política de llevarla adelante. Y esta decisión debe partir de la base de que no se aceptara la delincuencia en ningún nivel.

Necesitamos aproximarnos integralmente al problema de la delincuencia con una respuesta unificada y racional contra el crimen.

Es sabido que allí donde se instala el narcotráfico hay un aumento de la criminalidad violenta. Si el negocio de los traficantes es rentable, se instalarán, y causarán lo que están causando en nuestro país. El delito se convierte en masivo y pierde todo cauce.

Desde las más altas esferas del poder se han dado señales de impunidad durante casi siete años. Silencio, vista gorda, manipulación de la justicia con dinero, espías al servicio de campanas electorales, violencia verbal y gestual, ruptura del dialogo e imposición de las mas ridículas agendas en pos de mantenerse en el poder no solo sin atender la necesidad popular sino precisamente fomentando que quien es victima de la pobreza, lo sea de la inseguridad, y quien lo sea de la inseguridad, lo sea de la pobreza.

En otros tiempos, se hablaba de que hasta los criminales, por razones de estricta y extraña prudencia en su accionar no mataban para robar y que el infortunio de quien lo hiciera en la consideración de los propios congéneres era tal que se lo consideraba un paria. Aquellas señales tienen el poder de producir estos resultados: hoy no existe tal prudencia, el crimen violento es cada vez mas violento. Se ensaña con los más débiles, con ancianos, con la sexualidad de las mujeres, y con indignación debemos decir, llega hasta los más atroces atropellos.

Para quien se conduela hoy como los que escribimos esta nota con la muerte de Isidro, es preciso que no nos baste honrar su breve paso por la vida con palabras. Es preciso una reparación urgente.

Desde la clase política, no podemos más que impedir que las continuas distracciones del curso discontinuo de la Historia nos desvíen del propósito primordial del Estado: en la agenda política es hora de construir una nueva decisión que tenga por prioridad cuidar la vida.

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